Sunday, November 05, 2006

bibazahar10

MERIENDA LA TARDE DE REYES
Me cuesta tanto recordar tus silencios
-tu mirada perdida- vagando en el vacío,
tus manos ajadas, como rosas marchitas
en un jarrón sin agua
(la lejía, pensabas, lo desinfecta todo)
El torpe caminar de tus menudos pies
en un gastado recorrido,
siempre el mismo:
la cocina,
la huerta,
la pila de lavar.

Me duele tanto recordar
esa pícara sonrisa a media tarde
haciendo un chocolate
tan marrón, tan espeso
con una sola onza
casi, casi, tan vieja como tú
y leche en polvo.
(¡Dios mío cuánta fuerza
derrocha la imaginación, si la miseria
te pisa los talones!)

En la bandeja de cristal
–(¡eso sí era en tarde de Reyes!-
las tostadas crujientes, reservadas
con infinito celo,
en un papel de estraza
del pan que le robabas al almuerzo
durante la semana anterior.

Una merienda,
que todos esperábamos sentados
alrededor de una mesa, que crujía
como un atril desvencijado
por el peso de demasiados brazos.

Me cuesta recordar –cómo, a hurtadillas
aguardaba- balanceando su butaca,
como quien nada espera
(¡ah, no sabías que el brillo de tus ojos
delataba tu inquietud!)
que alguno de nosotros te dijera;
“¡Abuela, qué rico te ha salido!”
¡Es tan difícil darle la vuelta al alma
ahora que lo tenemos casi todo!

Pero, cada vez que paso
cerca de alguna churrería y escucho
una voz pregonando:
“¡Chocolate caliente!”
se me desboca del pecho el corazón
y recuerdo de nuevo
(me cuesta demasiado recordar)
cuando te levantabas
con tu menudo paso,
recogías las tazas y los platos
y nos decías en un susurro:
“Rezad ahora conmigo un Padrenuestro
por todos esos niños
que se mueren de hambre”.

(Con infinito amor a todas la abuelas)

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